Dios hizo a Adán —el primer ser humano— perfecto, libre de pecado. Pero él decidió desobedecer a Dios, o pecar. Eso tuvo graves consecuencias para sus descendientes. La Biblia explica que por la desobediencia de un solo hombre, todos hemos llegado a ser pecadores (Romanos 5:19).
Jesús también era perfecto, pero él nunca pecó. Por eso, pudo entregar su vida en “sacrificio [...] por nuestros pecados” (1 Juan 2:2). Podríamos decir que la desobediencia de Adán dejó una mancha en la humanidad: el pecado. Sin embargo, la muerte de Jesús ha hecho posible que quienes ejercen fe en él puedan librarse de esa mancha.
Dicho de otra forma, Adán nos vendió al pecado, pero Jesús estuvo dispuesto a morir por todos nosotros y nos recompró. Por tanto, “si alguno [de nosotros] comete un pecado, tenemos un abogado para con el Padre, a Jesucristo, uno que es justo” (1 Juan 2:1).
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